Pasa más hambre que un maestro de escuela. Así reza un dicho que muchos de los que hoy peinamos canas aprendimos e hicimos nuestro desde la niñez; por más que su sentido, bien transparente, no se apoyaba ya en la realidad de entonces, sino de otra que venía de lejos, de tan lejos, que había llegado a penetrar en el acervo de la lengua. Lo cierto es que a comienzos del siglo pasado la estrechez en que vivían muchos maestros era angustiosa, como percibimos cuando en noviembre de 1914 los profesores interinos de primera enseñanza levantan la voz ante la sociedad aireando su queja al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes: «aún existen maestros que cobran menos que un pocero, que un mozo de cuerda, que un criado de labranza, y muchísimo menos que un aguador»… Ir a Cajón de sastre.
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