Pocas vivencias infantiles más placenteras que la de la feria. Era una ilusión que los niños alimentábamos a lo largo de todo el año con los ahorros que poco a poco iban espesando nuestras huchas y nos permitían gastar en aquellos señalados días de septiembre. Para esas fechas, y a diferencia de los domingos y otros festivos, no solo teníamos los puestos del tío Indalecio, el tío Rufo o la tía Hormiga, sino que podíamos tirar al tiro —así decíamos, con inconsciente redundancia—, comprar churros o berenjenas de Almagro o almendras garrapiñadas, jugar a la tómbola, montar en los caballitos, en la ola, en las barcas voladoras, en los coches eléctricos… Ir a Breves.
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